ATREVERSE A IMAGINAR Y APRENDER

MEDITACIÓN: EL ARTE DE DEJAR DE PELEARTE CONTIGO

MEDITACIÓN: EL ARTE DE DEJAR DE PELEARTE CONTIGO

Te voy a contar algo que aprendí a fuerza de equivocarme: nadie necesita más exigencia disfrazada de autocuidado. No sé si a ustedes les pasa, pero cuando escuchaba hablar de meditación o mindfulness me pasaba algo curioso: por un lado, sentía una especie de atracción… como si ahí hubiera algo que yo necesitaba. Pero, al mismo tiempo, me generaba rechazo. ¿Por qué? Porque todo lo que escuchaba parecía idealizado, lejano, casi irreal. Como si para estar bien necesitara vaciar la mente por completo, encontrar el silencio perfecto, elevarme espiritualmente a otro plano. Spoiler: nunca logré nada de eso. Lo que sí logré fue algo que, al principio, parecía mucho más pequeño, pero terminó siendo inmenso: aprender a estar conmigo sin guerra. No me volví una persona zen. Sigo siendo intensa, sigo teniendo pensamientos que a veces se atropellan unos con otros, sigo llorando cuando algo me duele, sigo enojándome cuando algo me importa. Pero meditar me enseñó a no tener que correr de mí cuando eso pasa. A no anestesiarme. A quedarme, aunque sea incómodo. Y eso es una forma de libertad.

No te hablo desde el lugar del gurú que lo tiene todo resuelto. Te hablo desde el lugar de alguien que probó meditar para dejar de sentirse desbordada; y que, practicando torpemente, descubrió que meditar no era volverse inquebrantable, sino volverse honesta. La mayor transformación no fue dejar de sentir cosas incómodas. La mayor transformación fue poder ver lo que siento sin querer salir corriendo; poder escuchar mis propios pensamientos sin creerme todos los cuentos; poder estar con lo que está: lo bueno, lo malo, lo que no sé ni cómo nombrar todavía, sin necesidad de disfrazarlo. Porque cuando te quedas contigo, aunque sea por unos minutos, algo profundo empieza a pasar: se afloja la pelea. La batalla que a veces damos internamente contra lo que sentimos, contra lo que pensamos, contra quienes somos, empieza a perder fuerza.

Y cuando no estás peleando todo el tiempo, aparece el verdadero bienestar. Ese que no siempre es sonrisa y luz, pero sí es paz. La paz de saber que puedes habitarte con lo que sientes, que no necesitas corregirte todo el tiempo. No medito para ser mejor. Medito para no perderme de mí. Para recordarme que debajo de todo ese ruido que hace la cabeza, siempre estoy yo. 

No sé si esto que te digo te resuena. Pero si alguna vez sentiste que querías estar más en paz y no sabías por dónde empezar, te digo esto: empieza por sentarte un rato contigo, aunque sea incómodo, aunque al principio no sepas “cómo se hace”. La técnica es lo de menos. Lo importante es que te sientes a escucharte sin interrupciones. No por disciplina. No por deber. Por cariño.

No hace falta que le cuentes a nadie. No hace falta que lo publiques, ni que lo compartas, ni que lo conviertas en una meta más para tachar de la lista. Solo hace falta que, en algún momento del día, cierres los ojos o mires por la ventana o apoyes la espalda en la pared… y te preguntes con honestidad: ¿Cómo estoy? Y después, lo más importante: quedarte ahí, escuchando la respuesta, sin corregirla, sin juzgarla, sin maquillarla, sin anestesiarla.

Ese pequeño gesto, estar presente con lo que es, aunque sea por un instante, es un acto de revolución; porque al final nadie puede regalarte calma. La calma no se busca afuera; se construye adentro, en silencio, a solas, con amor.

Y cuando aparece, aunque sea por un minuto, te vas a dar cuenta de algo hermoso: que no necesitabas ser otra persona. Solo necesitabas volver a ti.

En pocas palabras, Andrea opina que:

No medito para ser mejor; medito para no perderme de mí; para recordarme que debajo de todo ese ruido que hace la cabeza, siempre estoy yo.

¡MENSAJE ENVIADO!

Tu mensaje ha sido enviado correctamente, en caso de ser mecesario nos pondremos en contacto contigo, ¡hasta pronto!