Creer para ver
MEDIANTE EL PERDÓN, DESARMÉ AL RENCOR

Para esta anécdota personal que te voy a compartir, te invito a visualizar por un momento el rencor como una gran mochila llena de piedras negras que nunca pediste cargar. Al principio, ni cuenta te das. Te acostumbras al peso y sigues caminando. Pero con el tiempo, cada paso se hace más difícil, más pesado, y cuando menos te das cuenta, esa carga empieza a consumir tu energía, tu ánimo y se va apoderando de tu vida.
Hace unos años, pasé por algo que, en su momento, me dejó un sentimiento de injusticia tan grande que el rencor empezó a ocupar un espacio muy grande en mi día a día. Durante mucho tiempo, me encontré atrapado en ese ciclo de pensar una y otra vez en lo que pasó, en lo que pudo haber sido diferente y en cómo todo terminó. Sentía que ese enojo me daba un tipo de control, pero lo único que estaba logrando era dejar que me controlara a mí.
Un día, después de una meditación profunda, algo cambió. Y, digo, no es como que fue un tema de magia ni mucho menos, simplemente fue un proceso. Me di cuenta de que yo había hecho todo lo que estaba en mis manos para que las cosas salieran bien, y que aferrarme a ese rencor no iba a cambiar el pasado. Entonces tomé una decisión: dejarlo ir.
Decidí perdonar, no solo a la otra persona, sino también a mí mismo. Perdonarme por lo que no pude controlar, por lo que no salió como esperaba, y por cargar ese peso tanto tiempo.
Perdonar no fue fácil. No significa que lo que pasó estuvo bien ni que lo olvide. Tampoco implica que volviera a las cosas como eran antes. Perdonar fue soltar la mochila llena de aquellas piedras negras que te platicaba al inicio. Fue liberar espacio en mi vida para cosas más importantes, como mi paz, mis sueños, mi bienestar y el de los míos.
El rencor nunca me dio algo bueno, al contrario, siempre me lo quitó. En cambio, el perdón me devolvió la libertad de avanzar. Aprendí que perdonar no es un favor que le haces a alguien más, es un regalo que te das a ti mismo. No se trata de justificar lo que pasó ni de reconciliarte con la persona, aunque a veces eso puede suceder. Se trata de desarmar al rencor, de quitarle el poder que tiene sobre ti.
Hoy volteo hacia atrás y me doy cuenta de lo mucho que me enseñó ese proceso. No fue fácil, pero valió la pena. Ahora sé que el perdón no es un signo de debilidad, sino de muchísima fuerza. Es atreverse a decir: Esto no me va a definir. Esto no va a controlar mi vida.
Si algo te tiene atrapado hoy, te invito a preguntarte: ¿Qué pasaría si decides soltar la mochila? El perdón no cambia el pasado, pero sí transforma el presente y abre las puertas a un futuro con un paso mucho más ligero, más libre y, sobre todo, más en paz. ¡Gracias por estar aquí! ¡Te abrazo!
En pocas palabras, Kush opina que: