ATISBOS DE CONSCIENCIA
AUTORREGULACIÓN EMOCIONAL VERSUS REPRESIÓN EMOCIONAL

¿Te ha pasado que has sentido mucho coraje y has tratado de evitar tu reacción? ¿Reprimiste el coraje o te autorregulaste? Poder distinguir la diferencia entre la represión y la autorregulación de las emociones es clave para el desarrollo de la inteligencia emocional, y ésta, a su vez, es la clave para el bienestar y la salud integral.
Por este medio hemos venido hablando sobre las emociones, su naturaleza y el impacto que tienen en nuestra vida. También hemos revisado cómo la represión de emociones obstaculiza nuestro sano desarrollo, y cómo se vuelve indispensable desarrollar la inteligencia emocional. En este artículo nos enfocamos en el valor que tiene aprender la gestión de las emociones, es decir, cómo manejarlas cuando surgen; porque podemos sacar provecho de ellas, pero también pueden perjudicarnos en áreas de toma de decisiones, de nuestras relaciones o de nuestra salud. Para mí, el mayor recurso con el que podemos contar es la conciencia.
En el ámbito de la terapia, me gusta explicar el desbordamiento emocional distinguiendo entre una conducta adulta y una conducta infantil. Pero no es sólo por un tema de edad ni de madurez, sino de nuestra capacidad para darnos cuenta de que las emociones que sentimos son el resultado de la interpretación que hacemos de nuestras circunstancias. Y voy a dar un ejemplo sencillo pero ilustrativo: un niño que a los tres años de edad vivió la experiencia de haber sido agredido por un perro, con sus ladridos o hasta con una mordida; esto ha marcado su vida de cierta manera y cuando se convierte en adulto es probable que al ver a un perro su reacción sea evitarlo o volver a sentir un miedo que lo sobrepasa. Ésta es una reacción infantil.
La mayoría de nuestras reacciones que se salen de control tienen que ver con la huella que dejaron en nosotros experiencias tempranas; también están relacionadas con el formato que vivimos con nuestros primeros modelos —padres o cuidadores—, de cómo gestionaban ellos sus emociones; es decir, son el resultado de lo que en nuestra historia guardamos o de cómo aprendimos a manejarlas. Sea por una o por otra razón, se consideran reacciones infantiles. Es así que distinguimos entre una reacción y una respuesta: el niño reacciona, el adulto responde.
Cuando el niño reacciona de muchas maneras va aprendiendo que sus reacciones no son aceptadas; es ahí cuando comienza el proceso de represión que, aún al ser adulto y tener la capacidad de autorregularse, corre el riesgo de desbordarse si no desarrolla su inteligencia emocional.
La autorregulación emocional consiste en reconocer nuestras emociones, comprenderlas y gestionarlas de una manera adaptativa a la situación. Comprenderlas consiste en darnos cuenta de que quizás eso que sentimos obedece a una interpretación que hacemos, marcada por nuestra historia, o bien, que estamos apegados a un patrón aprendido. Por ello, conocer el origen de nuestras reacciones es el primer paso para aprender a autorregularnos.
Respirar conscientemente, nombrar las emociones, contar hasta 100, practicar la gratitud o salir a caminar, sin duda ayudan; pero irse a la raíz y hacernos conscientes puede llegar a ser, sin duda, lo más importante.
En pocas palabras, Norma opina que: